Se dice muy a menudo que las nuevas tecnologías están acabando con la escritura, sin embargo, a poco que pensemos, veremos que no hacemos más que escribir: correos (electrónicos), whatsapps, Facebook, Twitter, etc. También se afirma que cada vez se escriben menos cartas, pero lo que se quiere decir, obviamente, es que ya no se escriben tantas cartas personales como antes, pues sí hay una infinidad de correspondencia comercial y administrativa, como lo atestigua el hecho de que cada vez hay más empresas que se dedican al negocio de la mensajería.
Sin embargo, aquí te vamos a dar razones para escribir cartas, ya sea a mano o con el teclado. Te invitamos en primer lugar a imprimir papel de carta, para que tus misivas tengan un toque personal, y no parezcan una factura o un presupuesto. La carta, a diferencia de un mensaje digital, es un objeto que se puede personalizar dependiendo del destinatario, del contexto o de nuestra intención. Es posible elegir la textura y la decoración del papel, la tipografía y la tinta; también podemos, si optamos por la caligrafía, redactarla con una pluma estilográfica, con un rotulador o con un bolígrafo.
Todo ello conforma un grueso entramado de mensajes, en los que el contenido propiamente dicho no es sino uno más. Por ejemplo, a nadie se le ocurriría (al menos hasta hace poco) escribir una carta de amor con un procesador de textos pues ese medio trasmite una frialdad y una asepsia que no casa bien con la comunicación entre dos enamorados. Por otro lado, tampoco nadie despediría a un empleado con una carta manuscrita, pues se entendería como algo frívolo e indigno. Hay que buscar siempre una adecuación entre lo que se quiere decir y cómo se presenta.
La actividad de escribir cartas es un buen ejercicio para salir de la urgencia y de la inmediatez. Cuando escribimos una carta nos colocamos en un sitio en donde el tiempo se dilata y es, por tanto, más proclive a la reflexión. Un efecto interesante de ese estiramiento temporal es que aparecen temas y puntos de vista que el redactor no había previsto. Uno se puede explayar y de ahí surge la sorpresa, el ángulo insospechado, la intuición lúcida. Uno acaba conociendo más sobre sí mismo, y sabiendo más de lo que creía, cuando escribe una carta.
Hay otro aspecto singular en la carta. Al tener en mente a una persona concreta la escritura adquiere volumen, en el sentido en que facilita un tipo de reflexiones basadas en la relación entre los dos interlocutores, el escritor de la carta y su destinatario. En la cabeza del que escribe se genera un diálogo interior que enriquece tanto la perspectiva de lo que se cuenta como el propio contenido. Asimismo, pensar en un receptor concreto afila el estilo, pues hace que nos esforcemos en que esa persona nos entienda, se entretenga y valore lo que le estamos contando.
Una carta siempre tiene algo de secreto; de hecho, la guardamos y la cerramos en un sobre, y la metemos en un buzón. Lo secreto resuena de algún modo en el mismo acto de escribirla e incita a abrir partes de uno que no mostraría de otra manera. Por otra parte, y de forma análoga, la distancia de la relación epistolar libera al escritor de las ataduras y los corsés de una relación cara a cara y facilita que se digan cosas al interlocutor que tampoco se expresarían en otro contexto.
Una carta es el mejor complemento de un regalo al añadirle ese elemento personal del que venimos hablando, o puede llegar a ser incluso la única manera de expresar ciertas cosas, como agradecer a alguien su ayuda o pedir disculpas. En nuestro mundo todavía hay mucho lugar para algo tan tradicional como la carta en papel. Aunque ha perdido muchas de sus funciones, reemplazadas por los medios digitales, sigue desempeñando labores más sutiles como mostrar quiénes somos y qué significan para nosotros las personas a las que escribimos. Si nos ponemos a partir de ahora a escribir cartas descubriremos muchas más.