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Cuando el talento se ignora: El arte digital en los juegos sigue sin ser tomado en serio

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Existe un desequilibrio incómodo entre lo que se considera entretenimiento y lo que se reconoce como arte.

Pese al crecimiento de la industria del videojuego —que generó alrededor de 184 000 millones de dólares a nivel global en 2023, según datos de Newzoo citados por Le Monde— sus expresiones creativas siguen sin ser integradas de forma legítima en la conversación cultural.

Diseñadores, músicos, guionistas, artistas 3D… todos ellos construyen mundos jugables desde lo visual, lo sonoro y lo narrativo.

Sin embargo, su trabajo tiende a quedar en segundo plano frente a los logros técnicos o comerciales.

La Academy of Interactive Arts & Sciences (AIAS), por ejemplo, reconoce la excelencia técnica y de diseño a través de los premios D.I.C.E., pero el arte conceptual rara vez protagoniza la conversación, más allá de iniciativas específicas como la exposición Into the Pixel.

Por su parte, el MoMA de Nueva York incorporó videojuegos a su colección en 2012 como parte de su departamento de diseño aplicado, y no como obras artísticas en sí.

Estas incorporaciones, aunque relevantes, siguen tratándose más como excepciones que como una asimilación sistemática del videojuego como forma de arte contemporáneo.

En paralelo, plataformas como Apuesta México, dedicadas al casino online, ofrecen una muestra clara de cómo el entretenimiento digital ha calado en la vida cotidiana.

En ese entorno, muchos usuarios se interesan por opciones como los casinos con bono sin deposito, buscando experiencias de ocio inmediatas y accesibles. Pero rara vez se detienen a pensar en la estética, la narrativa o el diseño detrás de esas plataformas.

Y ahí está el núcleo del problema: El talento creativo que sostiene estas experiencias, desde el diseño de interfaz hasta la música interactiva, rara vez es percibido como lo que es: una forma de expresión artística.

Diseñadores fuera de foco: Lo visual que no se valora

El arte visual dentro del entorno jugable no solo es clave: es fundacional. Desde el primer boceto hasta la textura final, pasando por las animaciones, las luces, las transiciones, todo es diseño.

Pero ese proceso rara vez ocupa titulares ni consigue espacio en ferias de arte ni en escuelas de bellas artes.

Algunas iniciativas, como la exposición Into the Pixel, organizada desde 2004 por la Academy of Interactive Arts & Sciences en el marco del E3, han buscado reivindicar el arte gráfico del videojuego mediante la selección y exhibición de obras visuales creadas por artistas del sector.

Sin embargo, estas piezas se presentan de forma aislada —generalmente como impresiones digitales enmarcadas—, fuera de la experiencia interactiva del juego del que proceden.

Esta separación ha sido objeto de crítica por parte de académicos y comisarios de arte digital, que señalan cómo el arte de los videojuegos solo parece ganar legitimidad cultural cuando se extrae de su contexto original y se expone bajo códigos tradicionales del mundo del arte.

Música que no acompaña, audio que no emociona

Pese a que la música en los videojuegos cambia en tiempo real según lo que haga el jugador, su valor sigue sin reconocerse en los espacios habituales de crítica musical.

Este tipo de composición —conocida como música adaptativa o reactiva— ha sido ampliamente estudiada por expertas como Karen Collins, referente internacional en el campo de la ludomusicología.

En su obra Game Sound (MIT Press, 2008), Collins describe cómo estas bandas sonoras están diseñadas para cambiar en función de las decisiones, acciones o estados emocionales del jugador, actuando como “estructuras dinámicas” que se ajustan al flujo del juego, más que como acompañamientos lineales tradicionales.

Sin embargo, mientras se premian bandas sonoras de cine con orquesta y partitura cerrada, las obras musicales creadas para videojuegos siguen siendo subestimadas, incluso dentro de conservatorios y festivales de música experimental.

Hay ahí un desfase generacional y cultural evidente. Y también una oportunidad perdida de valorar nuevas formas de creación sonora.

Narrativa invisible: Historias narradas por el jugador

La narrativa tradicional —aquella que transcurre en una línea recta del punto A al punto B— es apenas una de las muchas formas de contar historias.

En el juego digital, las decisiones del jugador pueden cambiar no solo el desenlace, sino también el tono, el ritmo, la atmósfera e incluso el sentido completo de la historia.

Títulos como Journey o Inside construyen su narrativa sin usar palabras. Ambos se apoyan en el entorno, la música y la interacción para contar historias, generando una experiencia que no se explica, sino que se vive.

Este enfoque obliga a repensar qué significa narrar en un medio donde el control del jugador sustituye al lenguaje.

Sin embargo, fuera del mundo académico, son pocos los espacios donde se analiza esta forma de contar. La crítica cultural aún no ha aprendido a leer —literalmente— lo que no está escrito.

Arte como experiencia: Del museo al universo jugable

La mayoría de los museos siguen organizados para mostrar obras estáticas. Cuadros colgados, esculturas iluminadas, textos explicativos al margen.

Pero el arte digital en el videojuego no funciona así. No basta con mirar. Hay que jugar. Hay que estar dentro.

Exposiciones como Difference Machines, organizada por el Buffalo AKG Art Museum, han empezado a incluir videojuegos y proyectos interactivos como parte activa del recorrido.

En lugar de mostrarlos como objetos estáticos, la muestra permitió al público interactuar directamente con las obras, integrando la participación como parte esencial de la experiencia expositiva.

Eso abre un camino interesante: Si los museos se adaptan a la lógica del juego, pueden convertirse en espacios donde el visitante deja de ser espectador para convertirse en participante.

No se trata solo de exponer videojuegos. Se trata de repensar el museo mismo. Finalmente, la pregunta ya no debería ser si los videojuegos son arte.

La pregunta es por qué seguimos necesitando justificarlos. Cuando la creación digital es capaz de generar emociones, transmitir conceptos abstractos y construir mundos, no hay mucho más que discutir.

Solo hace falta mirar más allá de la pantalla de inicio y dejar de ignorar el talento que le da forma.

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