Bath (Londres), 7 de septiembre de 1888.— Ferdinand de Lesseps subió al estrado de la 58.ª reunión de la British Association for the Advancement of Science (BAAS) en Bath con la seguridad de quien ya había cambiado el mapa del mundo una vez. Su mensaje fue directo: el Canal de Panamá estaría operativo en 1890.
El cable que salió ese día desde Londres hacia Sydney no dejaba lugar a dudas. The Sydney Morning Herald lo publicó tal cual, y los periódicos estadounidenses añadieron un detalle: Lesseps hablaba de tener listas «diez esclusas» para esa fecha. Viniendo de él, parecía creíble.

Este francés, nacido en 1805, había conseguido algo que muchos consideraban imposible: abrir el Canal de Suez en 1869, uniendo el Mediterráneo con el mar Rojo y acortando miles de kilómetros en las rutas comerciales. Diplomático, visionario y tenaz.
Con ese aval, liderar el proyecto panameño en los años ochenta parecía la continuación lógica de su carrera. Aunque Panamá era otra historia: un territorio colombiano con selva impenetrable, lluvias torrenciales, mosquitos portadores de fiebre amarilla y malaria.

El plan original de construir a nivel del mar pronto se reveló inviable, y hubo que repensar todo con esclusas. Pero los problemas no eran solo técnicos: el dinero empezaba a escasear y los trabajadores morían por docenas.
La promesa de Bath no llegó ni a cumplir un año. En febrero de 1889, la Compañía Universal del Canal Interoceánico quebró. Lo que siguió fue un escándalo mayúsculo: sobornos a políticos, prensa comprada, inversores arruinados. Entre 1892 y 1893, el asunto explotó en los tribunales. Lesseps fue condenado, aunque la Corte de Casación acabó anulando la sentencia. Pero ya daba igual: su reputación quedó tocada y el canal francés era historia.

Pasaron más de dos décadas hasta que Estados Unidos retomó las obras. Mantuvieron el sistema de esclusas —al final, los franceses tenían razón en eso— y el 15 de agosto de 1914 el vapor SS Ancon cruzó por primera vez de un océano a otro. Hubiera sido un día de fiesta mundial, pero Europa acababa de prenderse fuego con la Primera Guerra Mundial, así que la inauguración fue discreta, casi íntima. El canal funcionaba, eso era lo importante. Y a día de hoy, sigue funcionando.