Melbourne (Australia), 25 de septiembre de 1888.— Este martes pasó algo que quizá en su momento no pareció tan trascendental: una prueba con un tranvía eléctrico. Nada de inauguraciones rimbombantes ni bandas de música. Solo un ensayo técnico, discreto, pero que terminaría siendo el primer paso hacia algo mucho más grande. Un año después, la ciudad ya tendría la primera línea eléctrica de tranvías de todo el hemisferio sur.
El tranvía que probaron ese día era del sistema Julien, diseñado originalmente en Francia y adaptado aquí por ingenieros locales. Funcionaba con un acumulador eléctrico que llevaba escondido bajo el suelo, lo cual debió resultar desconcertante para quienes estaban acostumbrados a ver caballos tirando de los vagones. Los asistentes —funcionarios del ayuntamiento, técnicos de la Melbourne Tramway and Omnibus Company— miraban con cierto escepticismo. Por entonces, los sistemas de cable y vapor funcionaban bastante bien, ¿para qué cambiar?
Pero la cosa llamaba la atención. Según contaron los periódicos de la época, aquel martes por la tarde decenas de vecinos se acercaron a Toorak Road, en South Yarra, atraídos por la promesa de ver «una máquina de movimiento limpio, sin olor y sin esfuerzo visible». Y es que un vehículo sin humo, sin ruido de cascos, sin el olor característico de los caballos… tenía algo de mágico. O al menos, extraño.

Ese mismo mes, los visitantes de la Exposición Internacional del Centenario, en el Royal Exhibition Building, podían subirse a otro tranvía eléctrico, aunque ese apenas recorría 300 metros. Era más bien una atracción de feria, impulsada por una central eléctrica montada para el evento. Aun así, daba la sensación de que algo estaba cambiando.
La prueba de Toorak Road no llegó a más. No hubo línea inmediata ni servicio regular. Pero el 14 de octubre de 1889 —apenas un año después— la Box Hill & Doncaster Tramway Company abrió al público la primera línea eléctrica de Melbourne: más de 10 kilómetros de recorrido. Fue casi un experimento comercial, una apuesta arriesgada que, al final, funcionó.

Vale la pena mencionar que Melbourne no iba exactamente a la cabeza en esto. Berlín ya tenía su línea pública desde 1881. Blackpool, en Inglaterra, operaba la suya desde 1885. Y en Richmond, Virginia, acababan de estrenar en 1888 una red completa que luego serviría de referencia para otras ciudades estadounidenses. Digamos que Melbourne llegó tarde a la fiesta, pero se quedó mucho tiempo.
Lo curioso es que aquella pequeña prueba de 1888 —que en su día quizá pasó sin pena ni gloria— acabó siendo el inicio de una de las redes de tranvías más grandes y reconocidas del planeta. No hubo fuegos artificiales, ni grandes titulares. Solo un tranvía silencioso deslizándose por una calle de South Yarra, mientras un puñado de curiosos observaba y pensaba: «Esto puede que vaya a alguna parte».