En los anales de la historia científica, un hallazgo excepcional ha cautivado a los expertos y amantes del patrimonio cultural. En Verona, Italia, un objeto aparentemente insignificante guardado en los recónditos rincones del Fondazione Museo Miniscalchi-Erizzo ha resultado ser un astrolabio hispano-hebreo del siglo XI, una reliquia única que desafía el paso del tiempo y narra la fascinante historia del intercambio científico entre civilizaciones.
El astrolabio presenta inscripciones en árabe y hebreo, un testimonio único de la convivencia intercultural en la Toledo medieval.
Este extraordinario artefacto, datado en torno al año 1051, ha sido bautizado como el «astrolabio de Verona» por la doctora Federica Gigante, una eminente experta en instrumentos científicos islámicos de la Universidad de Cambridge. Su excepcional valor radica en las intrincadas inscripciones que adornan su superficie, un auténtico mosaico lingüístico que combina escrituras árabes y hebreas, dando testimonio de la convivencia y el diálogo intercultural en la Toledo medieval.
La investigadora Gigante, cautivada por el asombroso descubrimiento, relata cómo, al examinar detenidamente el astrolabio bajo la tenue luz que se filtraba por una ventana, pudo distinguir las tenues inscripciones hebreas entrelazadas con los grabados árabes, una revelación que la dejó boquiabierta y emocionada.
«Pensé que podría estar soñando, pero seguí viendo más y más. Fue muy emocionante», confesó la experta.
Este singular objeto, un antiguo precursor de las computadoras portátiles, fue diseñado para calcular el tiempo, trazar la posición de las estrellas e incluso elaborar horóscopos. Su fabricación se remonta a la Toledo del siglo XI, un próspero centro de convivencia entre musulmanes, judíos y cristianos, donde confluían diferentes tradiciones y conocimientos científicos.
Los nombres inscritos en árabe evidenciaron su circulación dentro de la comunidad sefardí.
El análisis exhaustivo de Gigante reveló que el astrolabio fue creado inicialmente para la latitud de Córdoba, pero posteriormente adaptado para Toledo, lo que sugiere que pudo haber sido fabricado en esta última ciudad. Además, los nombres inscritos en árabe, «Ishaq» e «Yunus», podrían ser nombres judíos escritos en escritura árabe, una pista que apunta a su circulación dentro de la comunidad sefardí de España.
A medida que el astrolabio transitaba por diferentes manos y culturas, su superficie se iba enriqueciendo con nuevas adiciones y traducciones. Una segunda placa añadida indica latitudes típicas del norte de África, lo que sugiere que, en algún momento, el objeto pudo haber sido utilizado en Marruecos o Egipto.
Pero las huellas más fascinantes son las inscripciones hebreas, algunas talladas con meticuloso cuidado y otras con trazos inexpertos, que reflejan los intentos de la diáspora judía en Italia por comprender y traducir este tesoro científico. Estas adiciones parecen seguir las recomendaciones del erudito judío Abraham Ibn Ezra, quien escribió en 1146, precisamente en Verona, el tratado más antiguo sobre el astrolabio en idioma hebreo.
«Este no es sólo un objeto increíblemente raro. Es un poderoso registro del intercambio científico entre árabes, judíos y cristianos durante cientos de años»,
El astrolabio de Verona es un testigo mudo de la confluencia de culturas, un puente que une pasado y presente, y una prueba irrefutable de cómo el conocimiento puede trascender fronteras y unir a la humanidad en su búsqueda incansable de sabiduría.
