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El concierto de las velas: un viaje sensorial por Pedraza

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Una cita imprescindible del verano segoviano: historia, tradición y emociones a flor de piel...

El paseo por las calles de Pedraza es un viaje sensorial: el aroma de la cera, el frescor de la noche, la textura irregular de los adoquines bajo los pies. Los visitantes, envueltos en la penumbra, se detienen a contemplar fachadas que parecen susurrar historias de caballeros y mercaderes. Cada esquina esconde un rincón para la sorpresa: una puerta entreabierta, un balcón salpicado de flores, un grupo de amigos compartiendo confidencias a la luz de las velas.

El silencio se hace cómplice de la ceremonia. Los visitantes, que llegan de todas partes, caminan despacio, casi en procesión, admirando cómo la luz de las velas dibuja siluetas y sombras en las fachadas centenarias. Hay algo de ritual ancestral en ese paseo: una comunión entre el pasado y el presente, entre el bullicio de la vida moderna y la calma de otro tiempo.

La convivencia entre el sonido y el silencio

La experiencia es total. No hay pantallas, no hay móviles, no hay distracciones. Solo la música, la luz de las velas y el rumor de la noche. Es fácil dejarse llevar, cerrar los ojos y sentir que uno ha viajado en el tiempo, que ha cruzado un umbral invisible hacia una época en la que la belleza era sencilla y la emoción, pura.

El repertorio avanza: Bocherini, Mozart, piezas elegidas para emocionar, para hacer vibrar a un público entregado. La orquesta interpreta con pasión, consciente de que está participando en algo más que un simple concierto. Los músicos sonríen, se miran cómplices, y el director marca el tempo con la precisión de quien sabe que cada nota cuenta, que cada silencio es tan importante como el sonido.

Entre el público hay quienes cierran los ojos para escuchar mejor, otros se abrazan en silencio e, incluso, hay quienes dejan que una lágrima les resbale por la mejilla. La música tiene ese poder: el de unir a desconocidos en una emoción común, el de borrar las diferencias y recordarnos que, en el fondo, todos buscamos lo mismo: un instante de belleza, una noche para recordar.

Cuando las cigüeñas forman parte de la orquesta

Las primeras notas de Haydn flotan en el aire, y de repente, el repiqueteo de las cigüeñas sobre los tejados de Pedraza se convierte en un inesperado acompañamiento. El cielo, apenas salpicado de nubes, deja paso a una luna generosa que baña de plata las callejuelas empedradas. Cientos de velas titilan en balcones, ventanas y rincones, transformando la villa medieval en un escenario de cuento donde la historia y la música se dan la mano.

El bullicio de los visitantes se apaga al cruzar el umbral de las murallas. Solo queda el rumor de pasos sobre la piedra antigua y el murmullo de admiración ante el espectáculo de luces y sombras. Cada farol apagado es una invitación a dejarse guiar por la calidez de la cera derretida y el resplandor íntimo de las velas. El tiempo parece detenerse: las fachadas centenarias, los portones de madera y los arcos de piedra se visten de una luz suave que nos transporta siglos atrás.

Al terminar el concierto, la ovación es larga y sincera. Los músicos saludan, el director agradece, y las cigüeñas, fieles a su papel, lanzan un último crotorar desde lo alto de la iglesia. El improvisado auditorio, junto al castillo, se vacía poco a poco, pero nadie tiene prisa por marcharse. Muchos se quedan un rato más, paseando por las calles iluminadas, buscando rincones en los que la magia parece más intensa.

Mucho más que un concierto

El concierto de las velas de Pedraza no es solo un evento musical: es una experiencia que nos reconcilia con la belleza de lo sencillo, la fuerza de la tradición y la magia de una noche.

El regreso a casa es lento, casi solemne. Nadie quiere romper el hechizo, nadie quiere volver a la realidad. En el coche, de camino a la ciudad, las imágenes se agolpan en la memoria: la plaza llena de velas, la música flotando en el aire, el sonido de las cigüeñas, el murmullo de la gente, la sensación de haber vivido algo único.

Quizá por eso, quienes han asistido una vez al concierto de las velas sienten la necesidad de volver. Porque saben que no hay dos noches iguales, que cada año la experiencia es distinta, que cada concierto tiene su propio encanto. Unas veces la luna está llena y baña la villa de una luz casi irreal; otras, las nubes juegan al escondite y las velas parecen brillar aún más intensamente. A veces, la música se mezcla con el rumor de una tormenta lejana; otras, el silencio es tan profundo que se puede oír el latido del pueblo.

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Gargantilla, Pedro. (2025, 24 octubre). El concierto de las velas: un viaje sensorial por Pedraza. Cinco Noticias https://www.cinconoticias.com/concierto-velas-viaje-sensorial-pedraza/

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Pedro Gargantilla
Pedro Gargantilla
Médico, escritor y divulgador. Jefe de Medicina Interna del Hospital de El Escorial de Madrid. Profesor de la Universidad Francisco de Vitoria.
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