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Más allá del silencio: Los errores acústicos que arruinan hogares, oficinas y escuelas

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No hace falta haber estudiado arquitectura para notar que muchos espacios suenan mal. No es una cuestión de capricho estético, sino de algo mucho más básico: Confort, salud y funcionalidad.

En oficinas, aulas o viviendas modernas, se impone un diseño visualmente impecable que, sin embargo, no tiene en cuenta cómo se comporta el sonido dentro de esos entornos.

Y ese olvido, por más sutil que parezca, se paga caro: Con fatiga, pérdida de concentración, bajo rendimiento y, en casos extremos, problemas de salud mental.

Un estudio publicado en Building and Environment a través de la plataforma ScienceDirect concluyó que el ruido de fondo en oficinas, incluso a niveles moderados (alrededor de 60 dBA), puede afectar significativamente el rendimiento cognitivo, especialmente en tareas que requieren memoria de trabajo auditiva.

La reducción de precisión y velocidad al procesar información es uno de los efectos más consistentes observados en estos entornos.

En el ámbito educativo, la ANSI/ASA S12.60 establece que los niveles de ruido de fondo en aulas vacías no deben superar los 35 dBA, con el objetivo de asegurar una inteligibilidad óptima del habla.

Sin embargo, mediciones reales en centros escolares —especialmente urbanos— demuestran que estos niveles son superados con frecuencia, situándose muchas veces entre los 50 y los 60 dBA.

Cuando eso ocurre, la comprensión oral se dificulta, y el proceso de aprendizaje, simplemente, se trunca.

En este contexto, el sector del acondicionamiento acústico ha tenido que reaccionar. Empresas especializadas como Ideatec, centradas en ofrecer soluciones funcionales y estéticamente integradas, han desarrollado productos pensados precisamente para no arruinar visualmente el espacio mientras controlan el ruido.

Uno de los más utilizados en oficinas o zonas de paso es el panel acústico corte en V, que combina eficiencia sonora con diseño discreto. Pero antes de llegar a las soluciones, conviene entender bien el problema.

Oficinas modernas: cuando el diseño sacrifica la concentración

El concepto de oficina abierta llegó con la promesa de fomentar la colaboración. Lo que no se dijo demasiado es que también llegó para traer consigo ecos, interrupciones y un batallón de ruidos imposibles de esquivar.

La eliminación de divisiones físicas ha generado entornos donde el sonido se propaga sin obstáculos, haciendo que incluso una conversación a varios metros de distancia parezca que ocurre justo al lado.

Según una encuesta de Oscar Acoustics en Reino Unido, el 60 % de los trabajadores afirma que el ruido en su lugar de trabajo les impide concentrarse adecuadamente.

De forma similar, un estudio global impulsado por Interface y Radius Global Market Research reveló que el 69 % de los empleados considera que el ruido en la oficina afecta negativamente su productividad y creatividad.

Los paneles divisorios se han sustituido por paredes de cristal o espacios abiertos, y en muchos casos la única barrera contra el ruido es un auricular con cancelación de sonido.

La paradoja está servida: Se diseñan espacios para «conectar», pero se trabaja en ellos aislado del entorno real, intentando recrear artificialmente un poco de silencio.

La eliminación de divisiones físicas ha dado lugar a entornos donde el sonido se propaga sin obstáculos, haciendo que hasta una conversación a diez metros parezca que ocurre al lado.

Aulas ruidosas: El enemigo del aprendizaje

En la escuela, el sonido lo es casi todo. La voz del docente, las preguntas del alumnado, la lectura en voz alta, las discusiones en grupo.

Todo depende de que se escuche… y se entienda. Pero la mala acústica convierte muchas aulas en un cajón de ecos donde se pierde más de lo que se dice.

Donde un entorno acústico deficiente reduce la capacidad de comprensión y la memoria a corto plazo.

Aquí no valen soluciones improvisadas. La instalación de materiales absorbentes —ya sea en techos, paredes o mobiliario— no es un lujo, sino una necesidad.

Porque cuando el ruido se convierte en un obstáculo, el diseño del aula se transforma en una trampa.

El ruido como intruso cotidiano

A veces no es el tráfico. Ni el vecino. Ni la tele. Es todo eso junto, rebotando en las paredes de casa como si se hubiera construido dentro de una caja de resonancia. Y pasa incluso en viviendas nuevas.

El confort acústico no suele formar parte del paquete de marketing de las inmobiliarias, pero debería.

Porque vivir rodeado de ruido —aunque no sea excesivo— implica no descansar bien, no concentrarse, no disfrutar del propio hogar. Y eso pesa, día tras día.

Además, el teletrabajo ha traído este problema a la superficie. Lo que antes se toleraba como ruido de fondo ahora interfiere con llamadas, concentración o clases online.

Soluciones como vidrios dobles, suelos flotantes o paneles acústicos discretos permiten corregir este problema, pero pocas veces se incluyen de serie. El silencio, en casa, todavía se paga aparte.

Finalmente, un espacio puede ser bonito, funcional, moderno… y completamente inhabitable si no suena bien.

Porque lo invisible —el sonido— tiene la capacidad de convertir lo habitable en incómodo, lo eficiente en frustrante, lo bonito en estresante.

El error no está en querer espacios espectaculares. El error está en pensar que el confort es solo visual.

Y eso es algo que la arquitectura todavía está aprendiendo. A veces, el mayor lujo no es el mármol, ni la domótica, ni la altura libre: Es poder cerrar la puerta y que, al otro lado, no se escuche nada.

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