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Cómo dar un discurso y no morir a los postres

Es muy posible que, antes o después, alguien nos pida dirigir unas palabras para una celebración, homenaje o comida de empresa. Seamos sinceros: lo que pudiera parecer un honor acaba siendo un engorro capaz de estigmatizar de por vida al orador novato e incauto.

Que no cunda el pánico. Desechada la idea de degollar al jefe o al encargado por tamaña ocurrencia, lo suyo es ponerse a trabajar de urgencia. ¿Cómo? Recordando esta máxima:

«Si ves que mueven los traseros en los bancos, es que no estás moviendo los corazones». Una regla de oro antigua y muy valiosa.

Lo primero: fijar el tema. Si es una boda o un homenaje por jubilación, la elección es sencilla. Hablaremos de los protagonistas.

En una comida de empresa o cena de Navidad podemos subrayar logros inmediatos o perspectivas de futuro.

Sea lo que sea, hay que centrar la temática de nuestra alocución. Sin excusas. Desviarse o terminar hablando de uno mismo será aburrido y pretencioso. Si somos hedonistas, mejor lo dejamos para Instagram.

Naturalidad, orden y brevedad

La naturalidad es vital para atraer la atención de quienes nos escuchan.

Empezaremos siempre con una sonrisa y el recuerdo de algo especial y común para todo el equipo. Si logramos empatizar con nuestro auditorio desde el primer momento, tendremos la mitad del objetivo conseguido.

¡Pero cuidado con venirnos arriba! Hay que evitar aparentar lo que no somos, hablar en un tono inapropiado, vestir de forma muy distinta a la habitual y confundir el sentido del humor con hacernos los graciosos.

El orden en el discurso es importante. Para ello fijaremos tres secuencias:

1. Empezar con un hecho llamativo que despierte la atención y el interés

Algo que conecte de inmediato con el tema principal. Una fecha importante para el grupo funcionará. También es socorrido citar las palabras de alguien famoso o una frase de personaje de película que relacione el motivo de la charla.

Cuanto más original y audaz sea, estaremos recorriendo el camino correcto. Lo sabremos por la forma en que la gente nos mira. Muy expectantes. No perdamos de vista este detalle.

2. Exposición central del argumento

Siempre en un tono cordial y alcanzando con la mirada a todos los miembros de la mesa. ¡Sin fulminar a nadie!

Lo más importante, al principio, como un gran titular. La meta que por fin se alcanzó ese año, por ejemplo. O si es un homenaje a un compañero, situémosle desde ya en el centro de los focos.

Y luego, paso a paso, iremos desgranando detalles y vivencias que potencien la primera idea. En un ambiente distendido, contar una anécdota siempre gusta si esconde una moraleja evocadora.

Nos será muy útil usar como guía el esquema de 6 preguntas de la noticia periodística: qué, quién, cuándo, dónde, cómo y por qué.

3. Remate final

Terminar con una frase que resuma todo lo anterior, un agradecimiento general y un propósito de buenos deseos seguido de brindis o de un aplauso que iniciaremos nosotros mismos y al que se sumarán por simpatía todos los presentes.

Brevedad no significa hablar muy poco. Como decía Vallejo-Nágera, se trata de evitar argumentos innecesarios. Muchos cometen el error de personalizar en exceso para lucirse hablando de sí mismos. No caigamos ahí. Seamos directos e intensos. Sin abusar del lenguaje corporal, subrayaremos con las manos y la mirada los detalles más relevantes o entrañables de la exposición.

¿Improvisar el discurso, aprenderlo de memoria o llevarlo escrito?

Si es la primera vez que damos un discurso, por breve que sea, improvisar puede ser aventurado. Lo mismo que aprenderlo de memoria, ya que cualquier distracción nos dejará en blanco. Y llevarlo todo escrito le quitará naturalidad. ¿Entonces?

Tal vez lo más apropiado sea tirar de las tres opciones. Podemos memorizar el inicio y el final y así sentirnos más seguros. Apoyarnos con un esquema escrito en una tarjeta de visita. Y solo si nos vemos cómodos, improvisaremos.

Es posible que, durante el discurso, alguien del grupo suelte alguna gracia. Utilizaremos este detalle a nuestro favor, dándole un giro inesperado que todos agradecerán.

Ensayar en casa delante del espejo

Hombre ensayando frente a un espejo.

¿Por qué no? O mejor si encontramos una víctima propiciatoria en algún familiar o un buen amigo. Sin abusar.

Verles cambiar de postura mucho o carraspear varias veces será señal de alarma. Cambiar. Tachar. Dar cera, pulir cera. Sé agua, my friend. Recordemos la máxima con la que iniciamos este artículo: “Si ves que mueven los traseros en los bancos, es que no estamos moviendo los corazones”.

Luis Illana es licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Locutor de podcast, guionista y escritor. No me dejan dormir: la comunicación, la criminología, la literatura fantástica y el rock. “Apnea” es mi primer libro. Facebook | Twitter | Ivoox | Web

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