Cultura

Los clichés literarios de Agatha Christie

En 2013, los miembros de la Asociación de Escritores Policíacos eligieron a “El asesinato de Roger Ackroyd” (1926) como la mejor novela de crimen de todos los tiempos. Un reconocimiento más para el palmaré de su autora, la inglesa Agatha Mary Clarissa Miller (1890-1976), mundialmente conocida como Agatha Christie.

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La trama transcurre en una tranquila y pequeña ciudad inglesa en la que “nunca sucede nada” o casi nada, porque cierto día aparece muerto Roger Ackroyd, el propietario de una enorme mansión y dueño de una inmensa fortuna. Todo parece indicar que el crimen está relacionado con el suicidio de la señora Ferrars, que a su vez había asesinado a su esposo y con la que Mr. Ackoryd mantenía un romance. El encargado de poner negro sobre blanco en el confuso misterio será el belga Hercules Poirot.

Las apariencias engañan

A lo largo de su larga trayectoria narrativa Agatha Christie escribió 66 novelas y 150 relatos policiacos, en los cuales dejó unas improntas imborrables, unos clichés que la hacen inconfundible a los ojos de los lectores. Escribió sus libros a golpe de tecla, concretamente con una Remington Home Portable N.º 2, la misma que utilizarían dos de sus famosos personajes, Hércules Poirot y Miss Marple.

La mayoría de sus personajes son hombres de bigotes frondosos y pipas humeantes, y la figura del mayordomo victoriano, especialmente si el cadáver aparece en una biblioteca victoriana, es el primero en alertar al lector instruido. Levanta suspicacias, en ausencia de un sospechoso mejor sospechoso.

Todo ello a pesar de que en principio los personajes tienen un móvil, por discreto que sea, para cometer el crimen. Por otra parte, es habitual que en sus novelas los detectives no dispongan de más información que el lector y que a lo largo de las páginas la escritora vaya sedimentando regueros de pistas y distracciones a las que el lector sagaz sabrá poner orden.

Y también están los venenos

La ponzoña preferida de la dama del crimen fue, probablemente, el arsénico, que era utilizado en la época victoria como matarratas. Pero no fue el único, por sus páginas desfilan la estricnina, la ricina, la digital, el cianuro, la atropina, la cicuta, la aconitina, la fisostigmina, el taxol, la morfina o la nicotina.

El veneno apareció en su primera novela (“El misterioso caso de Styles”), donde la víctima es la señora Inglethorp que muere a consecuencia de la estricnina, un veneno capaz de paralizar los músculos.

Y claro un veneno necesita un vehículo, generalmente un alimento, para que penetre en el cuerpo de la víctima. En sus novelas hay de todo, desde chocolate hasta ostras, pasando por un vaso de leche o una copa de champán. Pero en algún caso utiliza otras vías de administración, como las inyecciones o mezclándolo con el tabaco de un cigarrillo. Y es que la imaginación de la escritora inglesa no tenía límites.

Quizás el procedimiento más “insólito” aparezca en “El toro de Creta”, en esta novela el asesino acomodó el sulfato de atropina en la crema de afeitar de la víctima, de forma que el alcaloide se fuera absorbiendo a través de las sucesivas excoriaciones. Y es que nunca hay que fiarse de una escritora tan poliédrica. Para finalizar nos quedamos con una de sus frases más memorables:

“lo más razonable que se ha dicho sobre el matrimonio y sobre el celibato es esto: hagas lo que hagas te arrepentirás”.

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