Cultura

Las mejores obras nacidas del confinamiento

Los confinamientos, sea cual sea su naturaleza, también disponen de su propia literatura. Probablemente, si pensamos en este tipo de libros los primeros que nos vienen a la mente son el “Diario de Ana Frank” o “Mein Kampf”.

Durante los dos años que vivió la joven judía en un desván de un piso de Amsterdam, escribió frases que, en estos momentos, se tiñen de enorme actualidad: “anhelo montar en bici, ver gente, sentirme libre”.

Muy diferente es el contenido del libro que Adolf Hitler comenzó a escribir en mayo de 1924 en la prisión de Landsberg, en donde fue recluido por haber planificado y ejecutado el golpe de Múnich. Se cuenta que empezó dictando el texto a su chófer –Emil Maurice–, el cual sería, posteriormente, sustituido por su secretario personal, Rudolf Hess.

Confinado por batirse en duelo

En 1603 una epidemia asoló la capital inglesa y los teatros se vieron obligados a cerrar. La compañía teatral más exitosa por aquellos lares –The King´s men– despidió a todos sus integrantes, entre ellos al talentoso William Shakespeare. El bardo inglés aprovechó ese tiempo para escribir dos de sus obras más conocidas: “Macbeth” y “El rey Lear”.

Otro de los grandes de la literatura, Miguel de Cervantes, también escribió su obra más universal, al menos parte de ella, entre los muros de una cárcel. Y es que el Quijote se escribió o bien en la Real Cárcel de Sevilla o en la de Argamasilla de Alba.

Si fue a orillas del Guadalquivir, lo hizo cuando cumplía una condena por no ingresar en las arcas estatales el importe completo de una recaudación real para financiar la que luego fue llamada la Armada Invencible. En el caso de que fuese en la Cueva de Medrano –de Argamasilla de Alba– el motivo fue no devolver el dinero de un préstamo.

Uno de los confinamientos más fructíferos de la literatura francesa fue el que sufrió, en la primavera de 1790, un joven oficial de familia aristocrática, su nombre Xavier Maistre.

Durante cuarenta y dos días fue obligado a permanecer recluido en una habitación de Turín, la causa no era ninguna epidemia, sino haberse batido en duelo, un hecho condenado en aquellos momentos. Aprovechó los días de reclusión para escribir “Viaje alrededor de mi cuarto”, un libro delicioso que siglos después ensalzaría el mismísimo José Luis Borges.

Y en campos de concentración…, también

En 1785 Donatien Alphonse Francois de Sade –más conocido como el marqués de Sade– escribió “Los 120 días de Sodoma” mientras permanecía cautivo en una celda de la prisión de la Bastilla, tras ser procesado por pederastia.

El preso más culto de los que por allí pasaron se dedicó a escribir, con una caligrafía liliputiense y rectilínea, en pequeños folios de apenas doce centímetros de anchura, por las dos caras. Escribió a razón de tres horas diarias, tras las cuales escondía los legajos entre las piedras de su reducida celda.

Cuando la prisión fue tomada por los revolucionarios franceses fue trasladado desnudo al psiquiátrico de Charenton, teniendo que abandonar a su suerte el preciado manuscrito. La divina providencia quiso que lo encontrara uno de los insurrectos y se lo vendiera a otro marqués, gracias al cual ha llegado hasta nuestros días.

En la primavera de 1895, cuando Oscar Wilde se encontraba en la cúspide de su carrera literaria, fue acusado de conducta indecente y sodomía, y condenado a dos años de prisión en el penal de Reading. En la celda C .3-3 escribió “De profundis”, una íntima reflexión sobre el amor, el perdón, la soledad, el sufrimiento…

Menos cómoda, si cabe, fue la estancia de Ludwig Wittgenstein en un campo de prisioneros italiano durante la Primera Guerra Mundial. Pero, al menos, igual de fértil, porque le permitió dar forma a “Tractatus Logico-Philosophicus”, su obra más ambiciosa.

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