Cultura

Gastroliteratura: los mejores festines literarios

En modo alguno la buena mesa puede estar reñida con la literatura y disponemos de una verdadera alacena con los más diversos ejemplos. Quizás, solo quizás, deberíamos hacer hueco en nuestra biblioteca a un nuevo género literario: la gastroliteratura.

Una de las escenas literarias más repetidas es la “magdalena de Proust”. La textura y el sabor del bollo transportaban al escritor hasta su más tierna infancia. ¿A quién no le ha pasado esto alguna vez?

Probablemente, el otro momento gastronómico cumbre de la literatura universal lo encontramos en el hipercalórico menú del ingenioso hidalgo, que aparece al comienzo de El Quijote:

«Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos»

El plato preferido de Gurb

Seguramente los seguidores de Alicia habrán rememorado “Una merienda de locos”, el capítulo en el que la niña se une a tomar el té alrededor de una mesa junto a la Liebre de Marzo, el Sobrero Loco y el Lirón.

En otro orden literario, una novela verdaderamente exquisita es “Como agua para chocolate” de la escritora mexicana Laura Esquivel. En cada capítulo Tita –la protagonista solterona– nos descubre la elaboración de una suculenta receta.

Si hay un libro que siempre deja buen sabor de boca ese es “Tomates verdes fritos” de Fannie Flagg. La escritora pone negro sobre blanco una serie de historias paralelas, en una de ellas nos revela la amistad entre Ruth e Idgie cuando deciden abrir el Café de Whistle Stop para servir los mejores tomates verdes fritos de la región. Eso sí, acompañados de una buena taza de café.

Una de las novelas más divertidas de Eduardo Mendoza es, sin duda, “Sin noticias de Gurb”. En uno de los pasajes satisface nuestra curiosidad al contarnos que el singular extraterrestre come “los diez kilogramos de churros que he comprado. Me gustan tanto que, acabado el último, me como también el papel aceitado que los envolvía”.

Cuando los fogones agudizan la mente

Si hablamos de detectives literarios no puede faltar el hedonista Hércules Poirot. Por cierto, no está de más recordar aquello de que no es francés, sino belga. En más de una ocasión deja claro al lector que lo que más le repugna en este mundo es la comida inglesa.

Tan solo “cuando hace frío, está oscuro y no hay nada más que comer, los fish and chips son pasables”. Ahí queda eso.

El comisario francés de ficción más famoso es Jules Maigret, un verdadero gourmet. Siempre encuentra el momento adecuado para detenerse en alguno de los mejores restaurantes y braseríes parisinos y degustar salchichas alsacianas o un buen guiso de cordero, regado con un calvado.

A orillas del Adriático transcurren las desventuras del comisario Guido Brunetti, el personaje creado por Dona León, todas ellas plagadas de recreaciones gastronómicas. Evidentemente, en ellas la pasta no podía faltar y lo hace bajo las más diversas formas: pene rigate (tubos alargados con estrías), paccheri (tubo), farfalle (pajaritas) o espaguetis con marisco.

Si hablamos de detectives patrios no podemos por menos que recordar a Manuel Vázquez Montalbán, el creador del singular detective Pepe Carvalho. En una de sus aventuras hace una declaración de intenciones al afirmar: “Sherlock Holmes tocaba el violín. Yo cocino”.

De todos los detectives nuestro Pepe Carvalho es el único que explica sus recetas: la calderada gallega en “Tatuaje” y el suflé en “Milenio”.

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