Cultura

Contribuciones de los galenos sefardíes a la historia de la medicina

A pesar de que no se sabe con exactitud la fecha en la que llegaron los primeros judíos a la península Ibérica, si nos atenemos a los que se relata en la Biblia sus colonias más antiguas se remontan a tiempos del rey Salomón. En el Libro I de los Reyes se cuenta que las naves de este monarca comerciaban con las fenicias en el lejano Tarsis –posiblemente nuestra Tartesos-.

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En el siglo II d.c. había comunidades judías asentadas en nuestro suelo, las cuales se fueron afianzando durante los siglos siguientes, primero durante la dominación romana y, posteriormente, con la invasión visigoda. Sin embargo, durante este último periodo sufrieron una atmósfera de opresión y violencia que se materializó en la promulgación de leyes antisemitas.

Cuando la península entró a formar parte de la Dar al-Islam (la casa del Islam) los judíos se integraron, al menos al principio, de una forma armoniosa en la sociedad musulmana, reforzando los lazos culturales y económicos.

El primer tratamiento exitoso antiobesidad

A partir del siglo X los médicos judíos estuvieron presentes en los círculos de traductores, facilitando la difusión de los textos grecolatinos aportados por los árabes. Su capacidad lingüística permitió enriquecer las bibliotecas castellanas, catalanas, provenzales y hebreas con textos de médicos griegos y árabes. Pero no solo fueron traductores, su labor fue mucho más importante, ya que interpretaron y aportaron nuevas concepciones relacionadas con el ámbito sanitario.

Hasday Abu Yusuf ben Yitzhak (915-975) fue el médico jienense más reputado del momento y su popularidad le convirtió en el galeno personal de Abderramán III. Su sabiduría llegó a oídos de la reina Toda de Navarra, quien recomendó a su nieto Sancho I el Craso a que viajase hasta Córdoba para someterse a un tratamiento adelgazante bajo su tutela.

El galeno judío aceptó el reto y encerró al distinguido paciente en una habitación, allí le amarró pies y manos a la cama, sacándole de su cautiverio únicamente para obligarle a realizar largos paseos, en los cuales era tirado con cuerdas por esclavos. Así mismo, le obligó a tomar baños de vapor y le administró infusiones (hierbas del hebreo) que le provocaban terribles diarreas. El sufrimiento mereció la pena ya que, según las crónicas de la época, después de cuarenta largos días Sancho I redujo a la mitad sus 240 Kg de peso iniciales.

La primera inseminación artificial

La llegada de los almohades a Al-Andalus en el siglo XII y la imposición de un integrismo islámico provocó la diáspora de los judíos por los reinos cristianos. Esta fue la razón por la que Moshé ben Maimón (1135-1204), más conocido como Maimónides, emigró con su familia desde su Córdoba natal hasta Tierra Santa. Allí sufrió nuevamente la intolerancia religiosa, en esta ocasión de manos de los cruzados, por lo que tuvo que migrar por segunda vez, en esta ocasión se refugió en Egipto, en donde llegó a ser el médico personal del sultán Saladino.

En aquella época se decía que la “medicina de Galeno era solo para el cuerpo, pero los remedios de Maimónides valían para el cuerpo y para el alma”.

Tiempo después, durante el esplendor del reino Nazarí, destacó la figura de Ibn Al-Khatib (1313-1374). Se cuenta que durante la epidemia de peste que asoló la Europa del siglo XIV fue el primero en formular la noción de “contagio” y recomendar la destrucción de las sábanas de los apestados.

En su “Libro de la peste” se puede leer:

“Es evidente que la mayoría de las personas que han tenido contacto con una víctima de la peste morirán, mientras que aquellas que no lo han tenido se mantendrán saludables”.

En la desbandada de los médicos judíos hacia los reinos cristianos se encontraron que las leyes prohibían a los cristianos servirse de los remedios sefarditas, afortunadamente esto no fue óbice para que gozasen de un enorme prestigio y que se convirtiesen en galenos de reyes y nobles, incluso de obispos. Y es que los físicos mosaicos formaron parte del elenco de los mejores profesionales sanitarios medievales.

En el siglo XIV el galeno Samaya Lubel se convirtió en médico personal de Enrique IV el Impotente y a él se atribuye la práctica de la primera inseminación artificial de la historia. La realizó a la segunda esposa del monarca -Juana de Portugal- y gracias a ella nacería Juana la Beltraneja (1462-1530), personaje que no precisa de presentaciones.

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