Cultura

Del mando a la multiplataforma: Así se redefine el entretenimiento en solo diez años

Durante décadas, el mando a distancia fue el símbolo absoluto del ocio doméstico. Bastaba con pulsar un botón para recorrer los canales de televisión, consumir lo que había y cuando lo había.

Hoy, esa rutina parece casi arqueológica. En apenas una década, el entretenimiento ha saltado de la televisión al bolsillo, de lo lineal a lo interactivo, de la pasividad al algoritmo.

El informe 2024 Digital Media Trends de Deloitte identifica una transformación progresiva en los hábitos de consumo digital, marcada por el creciente uso de plataformas on-demand y la preferencia por formatos personalizables.

También se destaca el papel central que ocupan los dispositivos móviles, los videojuegos y los servicios de streaming entre los más jóvenes.

Esta transformación no ha sido solo tecnológica: Ha sido cultural, social y económica. Las reglas han cambiado para creadores, distribuidores y espectadores.

Lo que antes se concentraba en unas pocas pantallas, hoy fluye en miles de formatos, canales y estilos de experiencia.

Y en ese cruce de caminos, han surgido nuevas dinámicas de consumo, monetización y participación que vale la pena entender.

De espectadores a usuarios: Cuando el contenido empieza a adaptarse

El streaming ha dejado de ser una tendencia para convertirse en el estándar. Con el auge de plataformas como Netflix, HBO Max, Disney+ o Apple TV, la experiencia de ver contenido se ha vuelto radicalmente personalizada.

Cada clic deja un rastro, y ese rastro se traduce en recomendaciones, trailers sugeridos o incluso cambios en el tipo de contenido que se produce.

El acceso a catálogos inmensos ha cambiado la forma de relacionarse con las historias. Lo que antes se consumía con paciencia capítulo a capítulo, semana a semana ahora se devora en maratones sin pausa.

Esta lógica ha dado paso a nuevas formas de producción pensadas para enganchar desde el primer minuto, incluso a riesgo de sacrificar profundidad narrativa.

Y no solo eso. En paralelo a los gigantes del entretenimiento, han surgido webs y plataformas que integran mecánicas interactivas ofertas dirigidas a quienes buscan algo más que ver: quieren participar, jugar, decidir y hasta apostar.

Algunas plataformas de casino, como Slotozilla, han conseguido ampliar sus audiencias ofreciendo incentivos como giros gratis por registro sin depósito, una fórmula que permite explorar sin gasto previo.

Este tipo de propuestas reflejan la flexibilidad actual del entretenimiento digital: Lo importante ya no es solo mirar, sino hacer algo con lo que se ve.

El entretenimiento como juego: Lo que aprendimos de la gamificación

La línea entre videojuego y contenido audiovisual es cada vez más difusa. La gamificación, lejos de ser un recurso limitado al gaming, ha invadido series, apps educativas, plataformas de fitness y hasta entornos laborales.

El objetivo es claro: Mantener la atención, incentivar la repetición y generar micro-recompensas que fortalezcan el hábito.

Las series interactivas como Black Mirror: Bandersnatch o los formatos de realidad aumentada en directo han sido el primer paso.

Pero el futuro apunta más lejos: a experiencias 100% inmersivas, donde la historia no se vea ni se escuche, sino que se viva.

Estas fórmulas no solo modifican la experiencia del usuario; están redefiniendo las métricas del éxito.

Ya no basta con medir audiencias. Hoy importa cuánto tiempo permanece alguien dentro de la plataforma, cuánto interactúa, qué tan probable es que vuelva.

Cuando el entorno también juega: La realidad virtual y aumentada toma impulso

Aunque se lleva años hablando de la realidad virtual (VR) y aumentada (AR), solo recientemente estas tecnologías han comenzado a consolidarse como parte del ocio cotidiano.

Desde conciertos en el metaverso hasta experiencias educativas inmersivas, lo que antes era una promesa tecnológica empieza a encontrar aplicaciones reales.

El acceso a dispositivos como Oculus Quest o PlayStation VR, junto a la bajada progresiva de precios, ha democratizado la entrada a estos entornos.

Pero más allá del hardware, lo relevante es el cambio de mentalidad: ya no se trata de observar desde fuera, sino de “estar dentro”.

La VR no es solo una moda geek: Es un formato con capacidad narrativa propia. Uno donde el tiempo y el espacio se rediseñan en función de la interacción del usuario, y donde cada acción puede modificar el relato.

¿Quién paga todo esto? Nuevos modelos, nuevos públicos

La disrupción digital no solo ha cambiado cómo se consume contenido, sino también cómo se paga.

El modelo tradicional de pago por suscripción convive ahora con fórmulas híbridas: plataformas gratuitas con anuncios, acceso freemium, micropagos dentro de apps y monetización por comunidad (crowdfunding, membresías, etc.).

Esta diversificación responde a una nueva lógica: no todos los usuarios están dispuestos a pagar lo mismo, ni de la misma forma.

Algunos valoran la exclusividad; otros, la flexibilidad. Algunos pagan con dinero; otros, con datos.

Por eso, muchas plataformas están adoptando estrategias basadas en incentivos personalizados.

La clave está en ofrecer experiencias accesibles desde el primer contacto. Y ahí es donde se ubican fórmulas que eliminan barreras de entrada, aumentan el alcance y permiten al usuario decidir si quiere o no invertir más adelante.

Este modelo, además, refuerza una idea clave del ocio digital actual: el valor está en la experiencia. Si la primera impresión no convence, el usuario no vuelve. Así de simple.

Finalmente, el entretenimiento digital ha dejado de ser una industria que empuja contenido a espectadores pasivos.

Hoy es un ecosistema vivo, moldeado por las decisiones, clics y emociones de quienes participan en él. La pantalla ya no dicta qué ver ni cuándo.

La audiencia manda, explora, compara y abandona si algo no le convence en menos de diez segundos.

En ese contexto, el verdadero reto no es crear más contenido, sino generar experiencias que importen.

No se trata solo de ofrecer todo, sino de ofrecer lo que conecta. Y quizá ahí, entre los algoritmos y la saturación, esté el próximo gran salto: recuperar la emoción de descubrir algo que realmente valga la pena.

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