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En los últimos años, la digitalización ha pasado de ser una promesa a convertirse en un factor determinante para acceder a los servicios de la economía actual.
Eurofound publicó hace poco un informe que muestra cómo, pese a los avances en la transformación digital de varios países europeos, las diferencias entre grupos poblacionales son evidentes.
Las familias con menos recursos, las personas de edad avanzada y quienes no alcanzaron niveles educativos altos se topan con obstáculos reales cuando intentan usar tecnología o acceder a servicios digitales.
Todo esto deja claro que la economía de plataformas va más allá del simple impulso económico; se ha vuelto un terreno de pruebas donde se tantean nuevas formas de inclusión y mecanismos para supervisar mejor la sociedad.
En ese escenario, plataformas muy distintas, desde aplicaciones de movilidad hasta sitios de ocio digital, participan en la redefinición de “quién puede acceder a qué”.
Incluso en sectores polémicos, bajo un marco regulatorio responsable, ciertas webs permiten un punto de entrada más amplio que los modelos tradicionales.
Por ejemplo, algunas empresas de juego online reguladas han servido como ejemplo de cómo operar con transparencia y responsabilidad, y en algunos mercados latinoamericanos existen operadores como Onexbet Ecuador que muestran hasta qué punto la inclusión digital puede llegar a ámbitos complejos.
Un tema que empieza a resonar en este contexto es la seguridad de los datos y la información sensible; aquí, conceptos avanzados como la seguridad cuántica comienzan a cobrar relevancia, ya que podrían garantizar un nivel de protección mucho más robusto frente a posibles vulnerabilidades en plataformas digitales.
Al mirar con atención, se ve que las plataformas digitales ya no son simplemente herramientas de conveniencia: son actores estructurales que pueden empujar hacia una economía más equitativa, siempre que se gestionen con visión y responsabilidad.
La economía de plataformas ha crecido con una velocidad brutal en los últimos años.
En Europa, existen más de 500 plataformas de trabajo digital, según el Consejo Europeo, que conectan a usuarios con prestadores de servicios de todo tipo, desde reparto hasta tareas profesionales remotas.
Ese crecimiento no solo facilita el consumo, sino que permite que personas en zonas menos favorecidas o con menos recursos puedan acceder a servicios que antes no tenían a su alcance.
Además, existe un organismo dedicado a estudiar estas dinámicas: el EU Observatory on the Online Platform Economy monitorea prácticas potencialmente dañinas, como decisiones algorítmicas opacas o uso indebido de datos, para influir en políticas basadas en evidencia.
Así, las plataformas no solo permiten ofrecer servicios, sino también vertebrar economías más distribuidas y accesibles.
No es todo idílico: detrás del discurso de “igualar opciones” también hay grietas. Aunque muchas personas acceden a plataformas, eso no garantiza que las condiciones sean las mismas para todos.
Algunos estudios académicos muestran que en plataformas de freelance online los sesgos de género o raza pueden replicarse, incluso con más intensidad, por el diseño del sistema y las expectativas vinculadas con identidad.
Por otra parte, ciertos algoritmos de emparejamiento en plataformas laborales pueden generar desigualdades de ingresos entre quienes realizan tareas aparentemente similares.
En otras palabras, el acceso digital no elimina automáticamente las desigualdades estructurales: si no se pone atención al diseño y al uso de las plataformas, pueden perpetuarse dinámicas sociales problemáticas.
La buena noticia es que la regulación europea está avanzando para corregir algunas de esas distorsiones.
La nueva Directiva sobre el trabajo en plataformas (Platform Work Directive), publicada en noviembre de 2024, obliga a que muchas de estas “personas conectadas” sean reclasificadas como empleados si cumple ciertos criterios, en lugar de ser tratadas erróneamente como autónomas.
Además, impone reglas para que se supervise el uso de algoritmos: no se puede despedir a alguien simplemente porque el “sistema lo decidió”, sin un control humano.
También se refuerza la protección de los datos de las personas que trabajan para plataformas, limitando el uso de información personal sensible.
Estas medidas pueden cambiar de verdad el tablero: no solo para que más personas participen, sino para que lo hagan con más dignidad y transparencia.
No todas las plataformas persiguen el beneficio puro: algunas se estructuran alrededor de la economía social.
La Comisión Europea ha promovido iniciativas digitales para la “economía de proximidad”, conectando servicios locales con ciudadanos a través de plataformas cooperativas o comunitarias.
Esas iniciativas no solo facilitan el acceso a servicios más asequibles, sino que refuerzan la idea de que la plataforma puede ser un bien común, no solo una empresa global.
Así, la tecnología digital no es únicamente un canal de consumo, sino también un tejido que puede unir comunidades y generar valor social, no solo económico.
Dar acceso no basta si no se acompaña de formación. El informe de Eurofound sobre la brecha digital indica claramente que el desafío va más allá de la infraestructura: muchas personas con acceso a internet aún carecen de las habilidades necesarias para beneficiarse plenamente de las plataformas.
Por eso, políticas innovadoras están apostando no solo por redes rápidas y cobertura, sino por programas de alfabetización digital, especialmente para quienes están en riesgo de exclusión.
Ese tipo de formación puede marcar la diferencia para que la participación digital sea genuina y no meramente simbólica.
En definitiva, las plataformas digitales tienen el poder real de redefinir quién accede a qué en la economía moderna: no como un cuento de ciencia ficción, sino como un experimento social con impacto concreto.
Pero no basta con que existan: la justicia digital exige que la tecnología vaya acompañada de regulación, transparencia y capacitación. Solo así puede convertirse en un puente real hacia la inclusión, y no en otro muro más sofisticado.
Cuando se use bien, la economía de plataformas no solo transforma mercados: puede transformar vidas. Esa es la apuesta más interesante y, al mismo tiempo, la más delicada.