Cultura

París bajo la sombra nazi: secretos y héroes en la ciudad ocupada

Un paseo por sus cicatrices de guerra, desde la ocupación hasta la liberación

París, verano de 1940. La ciudad, acostumbrada a la elegancia y el bullicio, despierta con un silencio extraño. Los cafés de Montparnasse han bajado la voz, los artistas de Montmartre han guardado sus pinceles y los parisinos, siempre ingeniosos, ahora caminan con la mirada baja.

Pero en los Campos Elíseos, el ruido de los motores alemanes rompe la quietud: Adolf Hitler, el hombre más temido de Europa, pasea triunfante por la avenida más famosa del mundo. No es una visita cualquiera; es la postal de la ocupación, el símbolo de una ciudad que, por un instante, parece haber perdido su alma.

El Führer, acompañado de Albert Speer y Arno Breker, recorre los Campos Elíseos al amanecer, deteniéndose ante el Arco de Triunfo. No hay multitudes, solo soldados alemanes y el eco de botas sobre el asfalto.

Hitler observa la ciudad con una mezcla de admiración y arrogancia. París, la joya de Europa, está a sus pies. Pero ni siquiera él puede imaginar que, bajo esa aparente calma, la ciudad ya está tramando su venganza.

Adolf Hitler, Albert Speer y Arno Breker frente a la Torre Eiffel (National Archives at College Park, Public domain, via Wikimedia Commons).

Los rostros de los libertadores de París

Avanzamos por la avenida, dejando atrás la sombra de Hitler, y nos dirigimos hacia el Museo de Orsay. Hoy, es un templo del impresionismo, pero en 1940 era la Gare d’Orsay, una estación de tren vibrante y caótica.

Durante la guerra, sus andenes se llenaron de soldados franceses que partían hacia el frente, de familias despidiéndose entre lágrimas y de oficiales alemanes que la usaron como punto estratégico. El bullicio de los trenes se mezclaba con el miedo y la esperanza, y las paredes de la estación fueron testigos de miles de historias anónimas.

Cruzando el Sena, el Petit Palais nos recibe con su fachada majestuosa. Frente a él, una escultura de Winston Churchill avanza con paso decidido, bastón en mano y gesto desafiante.

Churchill, el bulldog británico, nunca pisó París durante la ocupación, pero su espíritu de resistencia se siente en cada rincón. La estatua, inaugurada décadas después, es un recordatorio de que, incluso en los días más oscuros, hubo quienes nunca se rindieron.

Estatua de Winston Churchill frente al Petit Palais en París, Francia. (DiscoA340, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons).

Unos metros más allá, frente al Grand Palais, se alza la figura de Charles de Gaulle, el general que se negó a aceptar la derrota y que, desde Londres, animó a los franceses a resistir. Su estatua, erguida y solemne, mira hacia el futuro, como si vigilara que la ciudad nunca vuelva a caer en manos enemigas.

El Grand Palais, por cierto, fue utilizado por los nazis como garaje para sus vehículos militares, un destino insólito para un edificio dedicado al arte y la cultura.

Estatua de Charles de Gaulle prente al Grand Palais, París (giggel, CC BY 3.0, via Wikimedia Commons).

Dejando atrás los monumentos, nos adentramos en el cementerio de Père-Lachaise, un lugar donde la historia y la memoria se entrelazan entre lápidas y cipreses.

Aquí descansa Francisco Boix, el fotógrafo español que, prisionero en el campo de concentración de Mauthausen, arriesgó su vida para sacar al mundo las imágenes del horror nazi. Sus fotografías fueron pruebas clave en los juicios de Núremberg, y su tumba, sencilla pero siempre adornada con flores y banderas republicanas, es un homenaje a la valentía y la verdad.

Tumba de Francisco Boix en el cementerio de Père-Lachaise (Pierre-Yves Beaudouin / Wikimedia Commons).

Espías, librerías y nazis

El sonido de las campanas de Notre Dame marca un momento crucial en nuestra ruta. El 25 de agosto de 1944, cuando París fue finalmente liberada, las campanas de la catedral repicaron con una alegría que la ciudad no había sentido en años.

Fue el anuncio de que la pesadilla había terminado, de que la vida podía volver a florecer en las calles y los cafés. Los parisinos, eufóricos, se abrazaban en la plaza, mientras la bandera tricolor ondeaba de nuevo sobre la ciudad.

Detrás de Notre Dame, en la Île de la Cité, se encuentra el Memorial de la Shoah, un lugar de recogimiento y memoria. En su interior, la tumba del mártir judío desconocido rinde homenaje a los miles de judíos deportados y asesinados durante la ocupación.

En el exterior, el Muro de los Justos recuerda a aquellos franceses que, arriesgando todo, salvaron vidas de la barbarie nazi. Cada nombre grabado en la piedra es una historia de coraje y humanidad en tiempos de horror.

Muro de los Justos, París (Claude Truong-Ngoc / Wikimedia Commons – cc-by-sa-4.0, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons).

No muy lejos de allí, en la orilla izquierda del Sena, se esconde una de las librerías más legendarias del mundo: Shakespeare and Company. Su dueña, Sylvia Beach, era una figura querida por escritores y artistas.

Durante la ocupación, la Gestapo entró en la tienda y exigió un ejemplar de “Finnegans Wake” de James Joyce. Sylvia, con una mezcla de valentía y terquedad, se negó a vendérselo. Poco después, la librería fue clausurada, pero la leyenda de su resistencia quedó grabada en la historia literaria de París.

Librería Shakespeare and Company, París (Photograph by Mike Peel (www.mikepeel.net)., CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons).

Los hoteles Ritz y Meurice, símbolos del lujo parisino, jugaron papeles clave durante la guerra. El Ritz fue el cuartel general de oficiales alemanes, incluido Hermann Göring, mientras que el Meurice se convirtió en la sede del alto mando alemán en París.

Pero estos hoteles también fueron centros de espionaje, intrigas y, en los últimos días de la ocupación, escenarios de negociaciones secretas para evitar la destrucción de la ciudad.

Se dice que el general Dietrich von Choltitz, comandante alemán, firmó la rendición de París en el Meurice, negándose a cumplir la orden de Hitler de arrasar la ciudad.

Los héroes de la Nueve

La liberación de París fue una epopeya en sí misma, y aquí entra en escena la famosa “Nueve”, la 9ª Compañía de la División Leclerc, formada en su mayoría por republicanos españoles exiliados.

Estos soldados, curtidos en la Guerra Civil Española, fueron los primeros en entrar en la capital el 24 de agosto de 1944, a bordo de tanques con nombres como “Guadalajara” y “Ebro”.

Los parisinos, al ver que los liberadores no hablaban ni francés ni inglés bromeaban diciendo que eran sordomudos. La hazaña de la Nueve está conmemorada en 12 placas repartidas por la ciudad, una de ellas en la fachada del Ayuntamiento de París. Junto a él, un pequeño jardín recuerda también la gesta de estos héroes olvidados.

Vehículos de La Nueve entrando en París el el 24 de agosto de 1944 (blog's owner, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons).

Las calles de París guardan cicatrices y homenajes. Las placas de la Nueve, discretas pero elocuentes, invitan a los paseantes a detenerse y recordar. Cada una marca un lugar clave de la liberación, un punto donde la historia cambió de rumbo. El jardín junto al Ayuntamiento es un remanso de paz, un espacio para la memoria y la gratitud.

Detrás de Notre Dame, el Memorial al Holocausto se alza como un faro de recuerdo y advertencia. Sus muros, grabados con los nombres de los deportados, son un testimonio silencioso de la tragedia que vivió la ciudad. Aquí, el visitante puede sentir el peso de la historia y la importancia de no olvidar jamás.

Bajo las calles de París, en un laberinto de túneles y osarios, las catacumbas fueron el refugio secreto de la Resistencia francesa. Mientras en la superficie los nazis patrullaban y los colaboracionistas espiaban, en las profundidades de la ciudad se tejían planes, se transmitían mensajes y se preparaban sabotajes.

Catacumbas de París (Jorge Láscar from Melbourne, Australia, CC BY 2.0, via Wikimedia Commons).

Las catacumbas, con sus pasadizos oscuros y su aire de misterio, fueron el escenario de una lucha silenciosa pero decisiva por la libertad.

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