Cultura

“Allá van leyes do quieran reyes”: la supresión del rito mozárabe

Corría el siglo XI. La Reconquista en España había tomado un gran impulso con Alfonso VI quién, después haber conseguido, empleando toda clase de medios, la unidad castellanoleonesa, había tomado Toledo, victoria que resonó con ecos gloriosos por todo el orbe cristiano y con trinos doloridos en el mundo sarraceno.

Más, al mismo tiempo que conseguía el rey dicho triunfo, también su política tendía a una gran renovación de las costumbres españolas. Como es sabido, en esa época se introdujo en España la reforma de Cluny y los monjes cluniacenses, en cuya llegada tuvo una intervención importante la esposa francesa del rey, doña Constanza, comenzaron a su vez a trazar líneas de la reforma de la Iglesia española.

Había una cuestión espinosa y difícil: la del rito llamado toledano o mozárabe, que se denominaba así porque era el seguido por los cristianos en tierras árabes, que unas veces con tolerancia por parte de los dominadores musulmanes, y otras sufriendo amargas persecuciones, habían permanecido fieles a la ley de Cristo.

En diversas ocasiones, los papas habían tratado de imponer la uniformidad en el rito, suprimiendo el mozárabe, pero habían tropezado con la obstinada resistencia de los cristianos de España, que se aferraban celosamente a sus tradiciones y que querían seguir con el rito según el cual habían adorado a Dios en los días amargos de la dominación sarracena.

Pero hacia el año 1073 subió al solio pontificio Gregorio VII, que decidió la reforma y unificación del rito de la Iglesia. Alfonso VI, en España, coadyuvó celosamente a esta obra, decidiendo introducirlo en Burgos en el año 1077.

Más, fue tal la resistencia que encontró, que no hubo mas remedio que dirimir la cuestión. Por lo que se decidió someterla a un juicio de Dios, en el que debían pelear dos campeones: uno por el misal romano y otro por el mozárabe.

El rey quiso designar el del rito romano, mientras el pueblo lo haría por el mozárabe, en Juan Ruiz de las Matanzas. El día designado acudieron al torneo, nobles y vasallos. También acudió el rey, junto a su esposa y altos dignatarios civiles y religiosos, entre lo que se encontraban algunos monjes del Cluny.

La suerte del combate fue favorable al que defendía el pueblo. Pero cuando estaban convencidos de que iba a seguirse lo que el resultado del combate había decidido, vio como se imponía el rito romano.

Grande fue el malestar de las gentes, pero aún mayor entre los habitantes de Toledo cuando, conquistada la ciudad, Alfonso VI quiso imponer también el rito romano.

La decisión del pontífice y el deseo del rey no aceptaban excusa ni demora. Sin embargo, quisieron realizar una prueba. Iba a dirimirse la preferencia de rito a través del fuego. Así, se ordenó que el pueblo se reuniera en una plaza, donde se preparó una pira de leña seca. Con la asistencia del rey y de los nobles, se ordenó echar en el fuego, dos misales, uno gótico o mozárabe, y otro romano. Aquél que no ardiera sería el válido.

Se echaron los dos volúmenes al fuego y, ante el asombro de todos los presentes, uno de ellos saltó de la hoguera, sin ser rozado por las llamas, mientras el otro se convertía en cenizas.

El que había quedado intacto era el mozárabe, lo cual provocó en el pueblo un gran regocijo al creer que ya habían obtenido el permiso para seguir con su rito tradicional. Pero, la decisión de los teólogos y del rey, por segunda vez, fue contraria.

En Toledo se siguió respetando el rito mozárabe, al interpretar que la voluntad divina lo había expresado así, pero no ocurrió lo mismo en el resto del territorio cristiano que regía Alfonso VI.

Otras tradiciones interpretan lo sucedido de otra forma, asegurando que fue el latino el que saltó de la hoguera rechazado por el fuego. Así se ve en la iglesia de San Lucas de Toledo en un cuadro. Más la versión popular es la primera.

Quedaron siete iglesias en Toledo con el rito mozárabe. Después el cardenal Cisneros mandó levantar en la catedral una capilla para que no se perdiese ese rito. Y de aquella época, por este hecho, se dice que data el proverbio de:

“Allá van leyes do quieran reyes”.

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