Tembela Bohle, Unsplash.
El partido empieza mucho antes del saque inicial. Las pantallas se encienden, llegan los onces confirmados al móvil, saltan los primeros memes y las notificaciones empiezan a desfilar antes incluso de que el árbitro mire el reloj.
En la tele, la cámara abre plano del estadio. En la mano, el pulgar ya está cambiando de app sin descanso. No es una sensación aislada.
Un informe reciente elaborado por la Federación de Indian Fantasy Sports junto con Deloitte estima que más del 80 % de los aficionados deportivos usa una segunda pantalla mientras ve retransmisiones en directo por televisión, normalmente el propio smartphone, mezclando redes sociales, chats, estadísticas y noticias en tiempo real.
El resultado es una experiencia híbrida en la que el partido compite por atención con gráficos, alertas y scroll infinito.
Cuando todo suma, la app aporta contexto y hace el encuentro más rico. Cuando hay ruido de más, la jugada clave se pierde porque el ojo estaba mirando cualquier otra cosa.
En ese ecosistema conviven aplicaciones oficiales de ligas, servicios de marcadores, plataformas de apuestas y análisis, que incluyen herramientas que integran resultados y acceso móvil en un solo lugar, como ocurre con 1Win APP.
La cuestión, entonces, no es renunciar a las apps deportivas, sino aprender a domesticarlas para que informen y acompañen sin comerse el partido.
La segunda pantalla nació como apoyo. Permitía revisar una estadística sin esperar a que el comentarista la mencionara o comentar la jugada con amigos que están lejos.
Con el tiempo, ese apoyo ha ido ocupando cada vez más espacio. En muchos salones y bares, la mirada rebota entre el balón, el chat del grupo y el timeline donde se comentan las mismas jugadas a distinta velocidad.
El problema aparece cuando la experiencia se fragmenta tanto que el partido deja de ser el centro.
Se siguen reacciones, memes y opiniones, pero se pierde el hilo táctico de lo que ocurre en el campo, la secuencia de jugadas o incluso el propio ritmo del encuentro.
Ese cortocircuito de atención se ve reforzado por diseños que empujan a saltar de notificación en notificación.
Cada “ping” reclama ser atendido como si fuera decisivo, aunque se trate de un dato menor, una promoción cualquiera o un comentario más en una conversación que podría esperar.
Las notificaciones son la autopista directa hacia el foco del espectador. Si todo está activado por defecto, el móvil vibra por un córner, por un rumor de fichaje, por un resultado en otra liga y por campañas que poco tienen que ver con el partido que se está viendo.
La literatura académica lleva tiempo observando ese fenómeno. Un estudio publicado en 2024 en la revista Applied Sciences calculó que los usuarios reciben de media unas 63,5 notificaciones push al día, y que un volumen alto de avisos se relaciona con más tiempo de pantalla y con síntomas de estrés por sobrecarga de información.
Trasladado al deporte, no es extraño que una noche de jornada múltiple se sienta como un bombardeo.
La primera medida para que las apps deportivas no tapen el partido es ajustar con calma qué se quiere que interrumpa de verdad. Conviene separar tipos de alertas.
Goles, tarjetas rojas y finales de partido suelen formar el núcleo duro de avisos necesarios, mientras que rumores menores, promociones o contenidos genéricos pueden quedarse dentro de la app sin asomar por la pantalla de bloqueo.
También ayuda definir prioridades por competición y equipo. Configuraciones que activan todo para todas las ligas convierten el teléfono en un carrusel incesante; seleccionar solo algunos clubes o torneos recorta ruido sin perder la información importante.
Otro foco de saturación nace de tener instaladas media docena de aplicaciones que hacen casi lo mismo.
Una muestra marcadores, otra envía estadísticas avanzadas, otra ofrece noticias, otra incorpora retransmisiones y alguna añade pronósticos y análisis.
Cuando se usan todas a la vez, la experiencia se solapa y cada jugada llega repetida por varios canales a la vez.
La clave no está en acumular iconos, sino en que cada uno cumpla una función clara. Si una app es la referencia para estadísticas avanzadas, conviene usarla solo para eso, en lugar de convertirla en una red social más.
Si otra sirve como agenda de partidos y recordatorios, mejor limitarla a ese papel y no duplicar funciones con tres herramientas diferentes.
Ese reparto de tareas permite saber a qué pantalla acudir en cada momento sin dispersar la atención.
Otro dolor típico de la era app es el choque entre distintas velocidades. La retransmisión por streaming puede llevar unos segundos de retraso respecto a la señal de televisión tradicional o a lo que ocurre en el estadio, mientras que las notificaciones de gol y los marcadores en vivo suelen llegar casi en tiempo real.
Esa desincronización hace que muchos aficionados se enteren del gol por el móvil antes de verlo en la pantalla grande.
En términos prácticos, eso rompe la emoción del momento. Para evitarlo, se pueden coordinar las fuentes de información.
Si se ve el partido en una plataforma que va unos segundos por detrás, quizá interese silenciar las alertas de gol de las apps durante el encuentro y reservarlas para otros partidos que no se están viendo en directo.
Otra opción es desactivar las notificaciones más sensibles y usar solo el marcador en tiempo real dentro de la aplicación, consultándolo cuando el juego se detiene.
En el estadio, la tensión es otra. Las redes congestionadas pueden retrasar envíos y recepciones, lo que provoca que el móvil vaya por libre mientras la grada reacciona al instante.
Ante esa mezcla, suele funcionar mejor un uso puntual de la app para confirmar datos, cambios, estadísticas, resultados de otros campos, que una consulta constante que impide seguir lo que ocurre alrededor.
La tecnología ha convertido el seguimiento del deporte en una experiencia continua. La conversación no se acaba con el pitido final, porque las apps mantienen vivo el flujo de datos, reacciones y contenidos hasta el siguiente encuentro.
Precisamente por eso, conviene marcar algún límite para que el ocio no se convierta en obligación silenciosa.
Una estrategia útil pasa por acotar momentos sin pantalla. Se puede reservar, por ejemplo, el descanso y el final del partido para revisar estadísticas, comentar el partido y mirar otras ligas, dejando la mayor parte del tiempo de juego libre de consultas constantes.
También ayuda limpiar la pantalla de inicio. Colocar en primer plano solo las apps deportivas que realmente aportan algo a la experiencia y relegar el resto a carpetas menos visibles reduce la tentación de abrirlas por puro hábito.
Al final, el indicador más sencillo suele ser cómo se recuerda el partido. Si en la memoria quedan más capturas de pantalla que jugadas, quizá las apps estén ocupando demasiado espacio.
Si lo que permanece es la sensación del juego, los detalles tácticos y algún dato bien traído, probablemente la tecnología esté cumpliendo su papel de acompañar, no de sustituir.
El deporte siempre ha mezclado ritual, emoción y conversación. Las apps deportivas han añadido una capa nueva a esa mezcla, con datos en tiempo real, opciones de personalización y acceso inmediato a todo tipo de contenidos.
La diferencia entre una experiencia enriquecida y un ruido constante no la marca el número de iconos en el móvil, sino la forma de usarlos. Cuando la segunda pantalla se ordena, el partido vuelve al centro y la tecnología deja de ser protagonista para convertirse, otra vez, en el mejor asistente posible.